Cómo construir conciencias colectivas.
Cuando se trata de construir ideologías o cultivar el pensamiento de los colectivos humanos ha resultado, y aún hoy resulta más práctico y funcional el discurso del mito que el de los hechos.
Podemos observar cómo Hitler levantó la moral alemana apelando a discursos míticos -mitos por demás modernos como el Cantar de los Nibelungos de Wagner-, al igual que el Japón imperial de Hiroito y el fascismo de Mussolini. Si revisamos un poco más hacia el pasado tenemos entre los griegos a los dorios, jónios y aqueos apelando cada cual a orígenes míticos para sustentar sus derechos sobre la tierra a la cual cada uno llegó desde diversos caminos y en diferentes tiempos.
Un ejemplo de cómo el discurso de los hechos fue convertido en un relato mítico es el relacionado con el origen de la iglesia anglicana surgida del interés personal, nada divino, de Enrique VIII por el cual desconoció la tradicional autoridad eclesiástica del Papa de Roma trasladándola sobre sí mismo.
Construir relatos ideológicos usando discursos míticos será siempre una herramienta peligrosa, pues combinados con el poder persuasivo de los medios masivos de comunicación y redes sociales (web 2,0) moviliza la conciencia colectiva hacia destinos infames.
El mito es fácil de digerir y permite ahogar las culpas derivadas de la ignorancia y del miedo. El mito permite al hombre arroparse con un manto de fortaleza y unidad metahumana imposible de alcanzar por voluntad propia. Creer ciegamente el discurso mítico descartando los hechos, nos enceguece, nubla nuestra mente y entendimiento y eventualmente nos lleva al fracaso.
No obstante, el mito ofrece una óptica válida, respetable y aceptable. Ayuda a encauzar un rumbo, proveyendo un punto de partida y visualizando una meta.
Bien sentencia Enrique Lynch en su obra Filosofía y/o literatura que:
«Los filósofos anhelan secretamente ese poder de convicción del discurso mítico y envidian la potencia explicativa de la historia, sobre todo cuando se trata de construir grandes relatos ideológicos»
Terrible es por tanto mitificar la historia, banalizar los hechos, reducir a simples relatos desprovistos de rigor a las vivencias humanas.
Un ejemplo de ello lo encontramos cuando a la Casa Arana la convertimos en un relato ficticio creando una narrativa mítica que toma el marco histórico narrado por José Eustasio Rivera en su novela La vorágine y negamos la explotación, tortura y asesinatos vividos por varias étnias nativas, algunas de ellas llevadas casi a su extinción.
El mito es uno de los estadios del desarrollo del pensamiento humano. Es un relato necesario para responder las preguntas a las cuales no podemos llegar con una explicación «lógica». Está, aún hoy en día en el campo de la metafísica o del llamado pensamiento presocrático.
En sí mismo es una herramienta, por lo tanto no es ni buena ni mala, es su uso por parte de los hombres lo que lo define.